Viven entre cuatro endebles paredes que en cualquier momento se les podrían venir encima, amontonados en dos cuartos oscuros a los que sólo alumbra la luz que emana del altar dedicado a la Virgen de Guadalupe, en uno de ellos. Así es como el corazón de Saltillo poco a poco se va quebrando ante el pasar de los años y de las gentes que han habitado su interior.
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